lunes, 25 de junio de 2012

Capítulo 6 - Casualidades y consecuencias


 -¿Has cogido la cámara de fotos? –me preguntó Honey colocándose las vendas del tobillo. Se hizo un esguince cayendo de la Casa del Árbol. Un recuerdo más que Honey tendría que soportar de aquel insufrible día.
 -¿Cuándo no lo hago? –respondí risueña. Ella me devolvió una sonrisa débil y distraída. Suspiré: Gaël fue un cerdo con ella. Le presioné ligeramente el brazo como gesto de solidaridad. Ella desvió la mirada intentando ordenar sus pensamientos y recogió su pequeña maleta de un tirón.
 -¿Nos vamos? –me preguntó con energía renovada. No esperó una respuesta, algo típico en ella: sencillamente se puso su chaqueta preferida, verde de paño, y empezó a andar, pretendiendo que yo siguiera sus pasos. Era comprensible, quería marcharse de allí lo antes posible. He de ser sincera: yo también.

 Así que lo hice, la seguí con timidez, apretando fuertemente el asa de mi maleta de piel. Estaba asustada, lógicamente: país nuevo, vida nueva. Ni siquiera estaba segura de que nos fueran a proporcionar un lugar donde vivir. ¿Qué narices estaba haciendo?

 Ella estaba unos tres metros por delante, como siempre con ventaja. El tap, tap, tap de nuestros pies sobre la moqueta me estaba matando. El silencio en momentos de tensión es lo más incómodo habido y por haber: te da por pensar. ¿Que en qué pensaba yo? En todo y en nada al mismo tiempo. ¿Qué haría cuando viese a mi padre? ¿Realmente lo encontraría? ¿Cómo me ganaría la vida allí? ¿Iba a dejar de estudiar así, por las buenas? Cientos y cientos de pensamientos negativos inundaban mi mente. Pero mis pies no se frenaban, habían dejado de ser apéndices de mi cuerpo hacía unos segundos. Simplemente funcionaban con el mando a distancia del corazón.

 -Chicas, ¿estáis listas? –Diane nos esperaba apoyada en el marco de la puerta principal de la residencia. Honey asintió decidida, yo bajé del cielo.


         *          *


Un Renault 5 rojo nos esperaba a las puertas del internado. En el asiento del piloto se sentaba un hombre barbilampiño, con el cabello cobrizo salpicado de débiles canas. Cuando nos vio, se colocó bien las gafas y sonrió, supongo que porque nos estaba esperando desde hacía bastante tiempo. De pronto, sucedió. Me llevé las manos a las sienes y las apreté con fuerza. Habían vuelto. ¡Las migrañas atacaban de nuevo! Sin previo aviso, todo se emborronó, el mundo giraba a mi alrededor y yo no podía pararlo. Después de arrodillarme en el suelo y encogerme del dolor mi vista se apagó. Todo lo que veía era oscuridad; y lo que oía, voces entremezcladas y alarmadas. Después, nada.

 No estoy segura de por qué fue. ¿Nervios, o quizá una simple casualidad? De lo único que estaba segura es que caí desplomada delante de un coche rojo y me desperté tumbada en una incómoda cama situada en una sala frívola que olía a hospital. La enfermería. Me recosté.

 -¡Sadie! –gritó Ho ayudándome a incorporarme. Me toqué la frente. Sentía un poco de pesadez.
 -¿Qué ha pasado? –pregunté desconcertada.
 -Te desmayaste antes de entrar al coche… Hemos perdido el avión.

 Sentí una punzada en el estómago.

 -¿Y ahora qué vamos a hacer? –Me sentí estúpida.
 -De momento esperar a que te recuperes –susurró Diane, sentada en un viejo sillón de piel negra-. No podemos arriesgarnos.

 ¿Recuperarme? Sufría migrañas desde que tenía memoria. No había recuperación posible.

 -He aprendido a convivir con estas cosas, Srta. Robinson. Vámonos.
 -No puedo dejaros ir solas por las buenas, Sadie. Me siento responsable de vosotras dos.
 -¡Pero no lo es! Seguro que si vamos rápido podemos conseguir dos billetes. Venga…
 -¡He dicho que no, Sadie! Se acabó, todo esto ha sido una locura. Mejor será que sigas pensando que tu padre está muerto.

 Zas, en toda la cara. Aquellas palabras me abofetearon tan fuerte que casi consiguieron que volviese a perder el sentido. Aparté la mirada conteniendo las lágrimas. Ella salió de la habitación con el rabo entre las piernas diciendo que tenía que preparar no sé qué y que vendría a verme por la tarde. Ho la acompañó.

 Quince minutos después reapareció Honey.

 -Hola… -susurró con una sonrisa apagada. Era su sueño y yo se lo había estropeado por un maldito dolor de cabeza. Mierda.
 -¿Dónde están mis cosas?

 Me refería a mi maleta.

 -En aquel armarito –musitó señalando un mueble de madera vieja.

 Me levanté de un salto –ya me encontraba mejor- y cogí mi maleta. Miré a Honey, que se había sentado en el sillón negro y jugueteaba con sus dedos. Suspiré.

 -¿A qué esperas? –le reproché. Me dedicó una mirada inquisitiva-. ¡Mueve el culo, Honey Applewhite! ¡Nos vamos a Seattle!

 Sonrió cansadamente, pensaba que estaba loca.

 -Sadie, túmbate y duerme un poco, anda. Necesitas descansar más –Se reía.

 Fruncí el ceño.

 -Hablo muy en serio, Honey. Y si tú no vienes, me voy yo sola.

 Acto seguido, miré por la ventana de la puerta. No había moros en la costa. La abrí y seguí el pasillo que conducía a la puerta exterior.

 Unos segundos después noté los pasos de Honey siguiéndome. No se lo creía, estaba claro. Torcí a la izquierda, dejando la salida a nuestra derecha.

 -¿Dónde vas, Sadie? –me preguntó Ho.
 -Alguien nos tendrá que llevar al aeropuerto, ¿no?

 La última habitación del pasillo, la puerta 661. La habitación de Angie.

 -¡Angie! ¡Despierta! –grité aporreando la puerta. Ésta se abrió poco a poco unos instantes después.
 -¿Sadie? ¿Honey? ¿Qué hacéis a estas horas despiertas? ¡Un domingo!

 Miré el reloj. Las seis en punto.

 -¡Nos vamos a Seattle! Necesitamos que nos lleves al aeropuerto o perderemos el avión –Mentira número uno. Lo habíamos perdido hacía hora y media.
 -Oh, es cierto… ¿Y Diane? Me dijo que se ocuparía ella.
 -Está enferma, no puede ni levantarse de la cama, nos ha dicho que te lo pidamos a ti, ella te devolverá el favor –Mentira número dos. Y gorda. Me sentí mal, pero tenía que hacerlo.
 -Está bien… -dijo aún sin poder creérselo-. Me visto en cinco minutos.

 Entró de nuevo a la habitación y cerró la puerta.

 -Increíble, Sadie, ¡nunca te había visto tan metida en el papel! -rió Ho. La empujé suavemente.
 -Aprendí de la mejor.

 Me sobresaltó el chirrido de una puerta. Miré hacia la 661, pero no era Angie. Me volví hacia el principio del pasillo. Era Diane cerrando una puerta. No teníamos escapatoria, si nos veía, nuestro plan se iría al traste. Como acto reflejo, no metimos detrás de una de ésas plantas de interior que tanto abundaban en la residencia del profesorado de Strawberry Field; por supuesto, en la de alumnos no había decoración alguna.

 -Bendita jardinería –musitó Honey. Reprimí una risita. Unos treinta segundos después escuchamos unos pasos alejarse.

 En ese mismo instante, Angie abrió la puerta.

 -Bueno, vámonos, pero aviso, mi coche no es un Rolls… Royce. ¿Qué hacéis ahí metidas?
 -Pueees… Esto, sí…
 -Echaremos de menos estas plantitas, ¿sabes? Es nuestra manera de despedirnos –Honey SIEMPRE tiene una respuesta.
 -Vale, tías, lo que vosotras digáis… ¡Venga, levantad los culos de ahí, que no tengo todo el día!

 El aparcamiento estaba en la parte trasera de la finca, y estaba algo descuidado. Montones de matojos muertos y retorcidos se revolvían entre los barrotes de metal que limitaban las plazas. Pero a nadie le importaba. ¿Qué se podía esperar de un aparcamiento al aire libre? Debía ser muy caro mantenerlo bonito, y nadie se fijaría.

 Angie nos guió hasta un Simca 1000 azul metalizado. Bueno, en su momento fue azul metalizado, cuando nosotras lo vimos era de un azul apagado con manchas grises.

 -Tiene once añitos, no lo juzguéis por su apariencia –dijo acariciándolo.

 Arrancó no sin dificultad y dio marcha atrás bruscamente. Nos habíamos topado con una loca al volante.

 -¡Agarraos fuerte, chicas!

 Fue el viaje más agitado de mi vida. Angie no sólo superaba el límite de velocidad, sino que tomaba las curvas a su antojo y ponía la vida de peatones inocentes en peligro; para ella los semáforos servían para decorar las calles por la noche, como en Navidad –palabras textuales.

 Me agarré tan fuerte a la puerta que estuve a punto de desencajarla, cosa no muy difícil teniendo en cuenta el estado del coche. Honey cerró los ojos, juraría que estaba rezando, y Angie no paraba de gritar a los demás conductores.

 -¡Vuelve a la autoescuela, imbécil! ¿Te dieron el carnet en una rifa, o qué? –Lo decía en serio.

 Siendo sincera, me lo pasé bien. Pero agradecí el contacto con la tierra firme al llegar al Liverpool John Lennon Airport, donde nuestros caminos se separaron.

 -Chicas… Espero que tengáis mucha suerte, de verdad. Sois las mejores internas que he tenido y… os echaré de menos –De vez en cuando se ponía melancólica. Honey y yo nos miramos, conmovidas.
 -Te queremos, Angie –dijo ella-. Nosotras tampoco te olvidaremos. ¡Y te mantendremos informada de nuestras aventuras por Estados Unidos!

 Reímos. Angie estaba a punto de llorar. Nos abrazamos muy fuerte y nos dimos ánimos las unas a las otras.

 -Sadie, suerte con tu padre. ¡Os quiero! –dijo arrancando el coche. No era consciente. Aún no lo era. ¿De verdad vería a mi padre? Diane nunca me llegó a dar su dirección. Sólo tenía su nombre, y no sabía si era el de verdad. ¿Me serviría de algo en una ciudad tan grande? ¿Qué haríamos al llegar allí?

 Nos sentamos en un banco. Ya habíamos perdido el avión y necesitábamos reflexionar. Honey abrió su maleta, pero yo no me di cuenta hasta que no me tendió un papelito con un nombre completo y un teléfono. Luke Thomas Maxwell.

 -Diane lo tiró a la papelera cuando salió de la enfermería. Te conozco y sabía que no te rendirías. Lo rescaté por ti.

 Me quedé muda, mirándola. Ella dirigió la vista al frente. Hice lo propio.

 Nos quedamos diez minutos sentadas bajo una tenue lluvia invernal, pensando. Nunca más volvimos a tener contacto con Angie, ni con Diane, ni con Pete, el director. Y mucho menos con Gaël.

viernes, 22 de junio de 2012

Disculpad las molestias.

 Últimamente he estado bastante atareada y no he podido continuar la historia. Pero por fin estoy de vacaciones y el capítulo 6 está ya casi terminado, así que lo subiré lo antes posible.

 De verdad, lo siento un mucho. Gracias por seguir interesándoos por este blog. 


                                                                                                                   ¡Un beso a todooooos! ♥

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