Sólo podía pestañear. Y con mucho esfuerzo, la
verdad.
Diane me miraba impasible.
Tuve que romper mi silencio.
-¿Entonces… por qué? –pregunté. Cada vez
estaba más confusa. Ella fijó la mirada en el suelo.
-Fue Pete. Te tiene mucho cariño. Pero hay
algo que no sabes. Desde que murió tu madre y te dejaron en manos de tus tíos…
ha estado muy raro. Muy misterioso, ¿entiendes?
-Espere. ¿Está diciendo que él conocía a mi
madre?
-¿Nunca te ha extrañado que te tratase de una
manera tan… especial?
Increíble. Esta conversación se estaba
volviendo loca.
-Al grano, por favor –supliqué. Pasó un poco
de mí.
-Sadie… Él no podía permitir que te quedases
sola. Y ha estado investigando.
No la interrumpí. Esperé a que siguiese
hablando. Pero parecía no tener previsto hacerlo. Cogí aire. Mi cerebro
necesitaba una buena dosis de oxígeno.
-Agradezco toda esta información irrelevante,
Srta. Robinson –gruñí ásperamente. No estaba dispuesta a perder el tiempo-. Pero,
si es usted tan amable, ¿me puede decir por qué demonios me tengo que ir DE
AQUÍ?
Quise destacar que estaba muy a gusto en
Liverpool. Y que lo estaría incluso sin hogar.
-Las investigaciones que Pete ha estado
haciendo todos estos años han dado sus frutos, Sadie. Lo ha encontrado.
-¿Qué ha encontrado EL QUÉ? ¿El oro de los
mayas? ¿A Dios? ¿EXTRATERRESTRES? –Estaba absolutamente impaciente. Diane se
iba por las ramas de lo lindo.
-A tu padre.
Me cambió totalmente el semblante. De la mueca
de angustia a la de “estás-de-broma-¿no?” en tres milésimas de segundo. Todo un
récord. Por supuesto no hubo ninguna reacción por mi parte.
-Sadie, creo que sería bueno que fueses y
hablases con él…
-¿No le parece un poco excesivo ir hasta
Seattle sólo para hablar con alguien? –Fue lo único que conseguí articular. Y
creo que me quedó muy bien.
-Todo corre a nuestro cargo.
-¿Y quiénes son, exactamente, “nosotros”?
-Pete y yo.
-¡Esto es surrealista! ¿Se está escuchando? En
resumidas cuentas está diciendo que va a pagar una pasta para que yo pueda ir a
hablar con alguien a quien ni siquiera conozco.
-No sólo hablar con él, Sadie. Pensamos que
podrías quedarte allí algún tiempo. Recuperar el tiempo perdido.
-¿Tiempo perdido? ¡Ese tío nos abandonó! ¡Ni
siquiera esperó a que yo naciese! ¡Es un cretino! Francamente, preferiría que
la historia de la “terrible muerte“ en la Unión Soviética fuese cierta.
Noté una pizca de comprensión en la mirada de
Diane. Sabía que lo hacían por mi bien, pero odiaba que se metiesen en mi vida.
-Vale, Sadie. Hagamos un trato. Si vas a
Seattle, yo te prometo que, si no te gusta lo que ves, puedes quedarte a vivir
conmigo hasta que encuentres un lugar mejor. El tiempo necesario.
Una idea perversa se pasó por mi cabeza.
-No estoy del todo satisfecha…
Ella respiró hondo. Me conocía más de lo que
yo pensaba.
-Está bien. Puedes llevarte a Honey.
Sonreí.
* * *
Salí de nuevo del edificio. La temperatura
seguía siendo gélida, pero no me importó. Ni siquiera sentí el frío. Salí
corriendo. Sabía perfectamente dónde se encontraba Honey.
El recinto de Strawberry Field era increíblemente
grande, y había algunos recovecos que Honey, Gaël y yo calificábamos como
secretos. Absolutamente nadie más los conocía; eran “terreno virgen”, según
palabras de Ho.
Bien, yo buscaba uno de nuestros preferidos:
la Casa del Árbol. Juro solemnemente que la encontramos así cuando llegamos:
alguien se aburrió demasiado allí. Era un lugar de difícil acceso. Tenía que
atravesar un tramo de bosque, bajar por una especie de pared rocosa en
miniatura y cruzar un estanque angosto con ayuda de unas piedras medio
sumergidas en las aguas. Era lo más. Después, tenía que internarme de nuevo en
la espesura del bosque para llegar a un pequeño claro maravilloso. Había
cientos de rosas adornando la hierba. Y de todos los colores. Era un paraíso
olfativo, y un lugar de completa calma. Dudábamos que eso perteneciese al
terreno de Strawberry Field, pero, sinceramente, nos la sudaba.
Aparté la última rama de pino que me obstaculizaba
y se rindió a mis pies mi pequeño País de las Maravillas. Escudriñé el interior
de la cabaña y adiviné una silueta en movimiento. Espera… ¿una o dos? Corrí a
la escalerilla de la Casa del Árbol. Trepé con algo de dificultad. Acordamos
que cambiaríamos los peldaños, pero quedó en el olvido. Nos gusta jugarnos las
extremidades. Un último impulso y… ¡arriba!
Ups, fallé. Me quedé
colgada de aquello de una forma bastante ridícula. No me podía ni mover. Cuando
empecé a decir cosas… digamos, inapropiadas, apareció Ho.
-¡Gaël! ¡Tenemos un
polizón! –gritó con voz de pirata.
-¡A los tiburones! –respondió
él entre risas. Yo me desesperaba.
-¡Sir Francis Drake y
compañía, cómo no! –suspiré apesadumbrada. Gaël se arrodilló y me levantó
sujetándome de la cintura.
-Ven, Sadie, mira lo
que estamos haciendo –exclamó Honey con las manos manchadas de rojo.
-¿Qué llevas en las
manos? ¿Estáis sacrificando animales o qué?
Honey me cogió de la
mano. Me la pringó entera de aquello. ¿Qué era? ¿Pintura? Entramos a la velocidad
de la luz a la Casa del Árbol. Estaba llena de huellas rojas.
-¿Y… esto? –pregunté mirando
a mi alrededor. Honey sonrió soberbiamente.
-Es para que nos
recuerden, ¡para que sepan que aquí hubo gente guay!
No pude impedir que
una sonrisa emergiese de mis labios. Honey era de lo que no hay.
-Sois increíbles…
-dije riendo. Gaël entró.
-Te hemos dejado una
pared para ti. Sé original.
La verdad, no tenía
costumbre de pintar en las paredes como Honey, pero me entró el gusanillo. Observé
que ella había escrito: En memoria de una
hippie. Paz, hermanos: Es difícil ser libre, pero cuando funciona, ¡vale la
pena! –una célebre frase de Janis Joplin-. Y Gaël una frase en francés de la cual no supe su significado
jamás. Estuve dejando mis huellas por aquí y por allá reservando una sección
para unas palabras. Por supuesto, escribí: Sadie
Carroll, rockera pateaculos, estuvo aquí.
Justo debajo, en
letra algo más pequeña anoté con el dedo: Después
se piró a Seattle con la loca de la pared de al lado.
Giré sobre mí misma y
me encontré con las caras de estupefacción de Honey y Gaël.
Quizá fui un poco
brusca.