domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 2 - ¿Seattle?


 -¿De qué hablas? –pregunté curiosa.
 -Esta mañana, cuando he llegado, me he encontrado a Pete –Pete era el director de Strawberry Field por aquel entonces-, ¡y me ha contado que te han concedido una beca para estudiar en la Seattle Central Community College!
 -¡¿Qué?!
 -Sí, han llamado esta mañana. Dicen que estás más que capacitada. Y que te prepares pronto. Tu avión sale dentro de dos días.
 -¡Eh, eh, para el carro! ¡Yo no he solicitado ninguna beca! ¡Y menos a Seattle!
 -Pues a mí Pete me ha dicho que…
 -¡Habrá dicho misa, pero yo no pienso irme a ninguna parte! –gruñí. Salí de la habitación dando un portazo. ¿Qué me estaba pasando? ¡Era una oportunidad que no podía rechazar! En tan sólo dos días cumplía los dieciocho –además de salir el dichoso avión-. Después, me quedaba en la calle.

 Salí al patio del internado. Una ráfaga de viento helado me caló hasta los huesos. Me abracé a mí misma y seguí mi camino. No podía pensar con claridad. No sabía si era el frío, la confusión o la sorpresa; pero mi mente no funcionaba como era habitual. Eso me chocó. ¿Tanto me importaba dejar Liverpool? ¿Dejar Europa? Nada me ataba allí. Ni mi familia inexistente, ni mi hogar, que pronto dejaría de serlo. Pete me lo dejó muy claro: yo no sería una excepción.

 Cerré los ojos. Deseé desaparecer. Del mundo. ¿Por qué tenía que ser YO? ¿Por qué Luke se marchó? ¿Por qué mamá murió? ¿Por qué lo que me quedaba de ‘familia’ me rechazó? Me odiaba a mí misma. En ese momento recordé las largas noches en vela que pasé con Honey y con Angie. Me apoyaban. Me querían. Entonces lo entendí todo. Ellas. Eran todo lo que me quedaba en Liverpool, en mi vida; eran mi familia. Honey, una hermana, y Angie, una segunda madre para mí. Sin quererlo dejé caer los brazos y una lágrima recorrió mi rostro. En dos días me quedaba sola en el mundo. Y no podía hacer nada.

 Sentí un crujir de hojas a mi espalda. Frené en seco y me giré precavidamente.

 -Sadie… -dijo. Vi a Honey con mi cámara en alto. Acababa de hacerme una foto. No pude evitar sonreír.

 Me acerqué a ella.

 -Hola… -murmuré casi inaudiblemente.
 -¿Qué ocurre? –me preguntó preocupada. Algo muy raro en ella. La serenidad era su máxima.
 -Incluso yo me lo pregunto… Pero es que la sola idea de dejaros atrás… me aterra -dije con la mirada fija en el suelo sin hacerle caso. La miré. Me dedicó una tierna sonrisa de compresión.
 -Sadie, te entendemos. Todo lo que has pasado… No te podemos echar nada en cara. Te queremos y te querremos. Te vayas o no. Sabemos que has tenido que dejar a muchos seres queridos en el camino, pero… Deberías irte.

 Volví a retirar la mirada. No sabía qué hacer, qué pensar. Todo era tan extraño. Mi cabeza era una orgía de pensamientos contradictorios. Fruncí el ceño.

 -¿No te parece… raro? –pregunté, ni siquiera a ella, a mí misma. Tenía que oír mis propios pensamientos para entenderlos.
 -¿El qué?
 -De pronto, dos días antes de quedarme sin casa, Angie me dice que me han concedido una beca que nunca he solicitado –Por fin me funcionaba el cerebro. La razón volvió a mí.
 -¿Crees que fue Pete?
 -Lo dudo mucho… -me sinceré.
 -O… quizá algún profe lo hizo por ti. Ya sabes, todos te adoran y siempre dicen que algún día serás alguien, y…
 -¡Honey! ¡Eres un genio! –Le di un beso en la mejilla.

 Honey se quedó con los ojos como platos. Yo reí y salí corriendo. Era más que evidente. Diane –también llamada Srta. Robinson- era mi profesora de Literatura. Era una mujer joven, risueña y dulce. Éramos como uña y carne. Solía decirme que yo era como una hija para ella, puesto que ella no podía concebir su propio retoño. Quería lo mejor para mí. Fue ella. Estaba segura al ciento diez por cien.

 Entré en el internado como una exhalación. Crucé decenas de pasillos y decenas de vigilantes me gritaron que no podía correr así. Les ignoré. Tenía que darme prisa. Si pillaba a Diane en clase, ya no podría hablar con ella en todo el día. Sólo me quedaba doblar una esquina. Derrapé y frené. Nadie. Ese día tenía clase en la 566. Me asomé por la ventana de la puerta. El aula estaba vacía. Miré a mi alrededor y puse la mano en el pomo. Me dispuse a abrirla cuando, a su vez, una mano se posó sobre mi hombro.

 Pegué un salto.

 -¡Sadie! ¿Qué pasa? –Era ella.
 -¡Srta. Robinson!

 Ella me miró confusa.

 -¿Sí…?
 -¿Podemos hablar? –le pregunté nerviosa.
 -Claro, Sadie. Dime.
 -No, aquí no… Verá, es un tema algo delicado…

 La noté preocupada. Asintió. Entramos en su despacho.

 Se dirigió a su escritorio. Me señaló una silla justo enfrente suyo. Me senté. La habitación no era demasiado grande, algo normal. Paredes pintadas de beige, muebles carcomidos y marcos vacíos. Siempre estuvieron así. Una lamparita inundaba de luz el despacho. Las ventanas estaban cerradas.

 -Bien, ¿qué ocurre? –me preguntó apoyando la barbilla sobre sus manos. Yo vacilé. ¿Cómo pretendía preguntarle aquello con normalidad? Me toqué el pelo en busca de una respuesta.
 -No lo sé. Dígamelo usted –se me ocurrió. Ella se mostró recelosa.
 -¿Cómo dices…?
 -En serio, ¿qué le pasa? ¿Por qué me quiere mandar a América? –solté. Sentí cómo la furia se apoderaba de mí. Fui al grano. Nada me preocupaba ya.

 Se le endurecieron las facciones. Se tensó.

 -¿América? ¿Qué…?

 Me levanté de un salto.

 -¡Vamos! No disimule, por favor. Sé que ha sido usted. ¡No se lo echo en cara, pero ACÉPTELO! –rugí dando un golpe sobre la mesa. Se sobresaltó. No articuló palabra. Tuve que insistir-. ¿Por qué solicitó una beca a Washington sin mi permiso?
 -Sadie. No hay ninguna beca. La Seattle Central Community College ni siquiera sabe que existes. Es por otra cosa por lo que debes ir allí.

 Me quedé muda. 

2 comentarios:

  1. Ya estoy imaginandome por que SAdie va a seatle!!!! O mejor dicho, por quien.

    Pero no diré nada. Esperaré a ver si tengo o no razón. Un beso. En cuanto pueda me leo el cap. 3!

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  2. Jajajaja probablemente estés en lo cierto. Pero yo tampoco diré nada. Espero que te guste el siguiente capítulo ^^

    Besitos, guapa! ♥

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