-¿De qué hablas?
–pregunté curiosa.
-Esta mañana, cuando
he llegado, me he encontrado a Pete –Pete era el director de Strawberry Field
por aquel entonces-, ¡y me ha contado que te han concedido una beca para
estudiar en la Seattle Central Community College!
-¡¿Qué?!
-Sí, han llamado esta
mañana. Dicen que estás más que capacitada. Y que te prepares pronto. Tu avión
sale dentro de dos días.
-¡Eh, eh, para el
carro! ¡Yo no he solicitado ninguna beca! ¡Y menos a Seattle!
-Pues a mí Pete me ha
dicho que…
-¡Habrá dicho misa,
pero yo no pienso irme a ninguna parte! –gruñí. Salí de la habitación dando un
portazo. ¿Qué me estaba pasando? ¡Era una oportunidad que no podía rechazar! En
tan sólo dos días cumplía los dieciocho –además de salir el dichoso avión-.
Después, me quedaba en la calle.
Salí al patio del
internado. Una ráfaga de viento helado me caló hasta los huesos. Me abracé a mí
misma y seguí mi camino. No podía pensar con claridad. No sabía si era el frío,
la confusión o la sorpresa; pero mi mente no funcionaba como era habitual. Eso
me chocó. ¿Tanto me importaba dejar Liverpool? ¿Dejar Europa? Nada me ataba
allí. Ni mi familia inexistente, ni mi hogar, que pronto dejaría de serlo. Pete
me lo dejó muy claro: yo no sería una excepción.
Cerré los ojos. Deseé
desaparecer. Del mundo. ¿Por qué tenía que ser YO? ¿Por qué Luke se marchó?
¿Por qué mamá murió? ¿Por qué lo que me quedaba de ‘familia’ me rechazó? Me odiaba
a mí misma. En ese momento recordé las largas noches en vela que pasé con Honey
y con Angie. Me apoyaban. Me querían. Entonces lo entendí todo. Ellas. Eran todo
lo que me quedaba en Liverpool, en mi vida; eran mi familia. Honey, una hermana,
y Angie, una segunda madre para mí. Sin quererlo dejé caer los brazos y una
lágrima recorrió mi rostro. En dos días me quedaba sola en el mundo. Y no podía
hacer nada.
Sentí un crujir de
hojas a mi espalda. Frené en seco y me giré precavidamente.
-Sadie… -dijo. Vi a
Honey con mi cámara en alto. Acababa de hacerme una foto. No pude evitar
sonreír.
Me acerqué a ella.
-Hola… -murmuré casi
inaudiblemente.
-¿Qué ocurre? –me preguntó
preocupada. Algo muy raro en ella. La serenidad era su máxima.
-Incluso yo me lo
pregunto… Pero es que la sola idea de dejaros atrás… me aterra -dije con la
mirada fija en el suelo sin hacerle caso. La miré. Me dedicó una tierna sonrisa
de compresión.
-Sadie, te
entendemos. Todo lo que has pasado… No te podemos echar nada en cara. Te
queremos y te querremos. Te vayas o no. Sabemos que has tenido que dejar a
muchos seres queridos en el camino, pero… Deberías irte.
Volví a retirar la
mirada. No sabía qué hacer, qué pensar. Todo era tan extraño. Mi cabeza era una
orgía de pensamientos contradictorios. Fruncí el ceño.
-¿No te parece… raro?
–pregunté, ni siquiera a ella, a mí misma. Tenía que oír mis propios pensamientos
para entenderlos.
-¿El qué?
-De pronto, dos días
antes de quedarme sin casa, Angie me dice que me han concedido una beca que
nunca he solicitado –Por fin me funcionaba el cerebro. La razón volvió a mí.
-¿Crees que fue Pete?
-Lo dudo mucho… -me
sinceré.
-O… quizá algún profe
lo hizo por ti. Ya sabes, todos te adoran y siempre dicen que algún día serás
alguien, y…
-¡Honey! ¡Eres un
genio! –Le di un beso en la mejilla.
Honey se quedó con
los ojos como platos. Yo reí y salí corriendo. Era más que evidente. Diane –también
llamada Srta. Robinson- era mi profesora de Literatura. Era una mujer joven,
risueña y dulce. Éramos como uña y carne. Solía decirme que yo era como una hija
para ella, puesto que ella no podía concebir su propio retoño. Quería lo mejor
para mí. Fue ella. Estaba segura al ciento diez por cien.
Entré en el internado
como una exhalación. Crucé decenas de pasillos y decenas de vigilantes me
gritaron que no podía correr así. Les ignoré. Tenía que darme prisa. Si pillaba
a Diane en clase, ya no podría hablar con ella en todo el día. Sólo me quedaba
doblar una esquina. Derrapé y frené. Nadie. Ese día tenía clase en la 566. Me
asomé por la ventana de la puerta. El aula estaba vacía. Miré a mi alrededor y
puse la mano en el pomo. Me dispuse a abrirla cuando, a su vez, una mano se
posó sobre mi hombro.
Pegué un salto.
-¡Sadie! ¿Qué pasa? –Era
ella.
-¡Srta. Robinson!
Ella me miró confusa.
-¿Sí…?
-¿Podemos hablar? –le
pregunté nerviosa.
-Claro, Sadie. Dime.
-No, aquí no… Verá,
es un tema algo delicado…
La noté preocupada.
Asintió. Entramos en su despacho.
Se dirigió a su escritorio.
Me señaló una silla justo enfrente suyo. Me senté. La habitación no era
demasiado grande, algo normal. Paredes pintadas de beige, muebles carcomidos y
marcos vacíos. Siempre estuvieron así. Una lamparita inundaba de luz el
despacho. Las ventanas estaban cerradas.
-Bien, ¿qué ocurre? –me
preguntó apoyando la barbilla sobre sus manos. Yo vacilé. ¿Cómo pretendía preguntarle
aquello con normalidad? Me toqué el pelo en busca de una respuesta.
-No lo sé. Dígamelo
usted –se me ocurrió. Ella se mostró recelosa.
-¿Cómo dices…?
-En serio, ¿qué le
pasa? ¿Por qué me quiere mandar a América? –solté. Sentí cómo la furia se
apoderaba de mí. Fui al grano. Nada me preocupaba ya.
Se le endurecieron
las facciones. Se tensó.
-¿América? ¿Qué…?
Me levanté de un
salto.
-¡Vamos! No disimule,
por favor. Sé que ha sido usted. ¡No se lo echo en cara, pero ACÉPTELO! –rugí dando
un golpe sobre la mesa. Se sobresaltó. No articuló palabra. Tuve que insistir-.
¿Por qué solicitó una beca a Washington sin mi permiso?
-Sadie. No hay
ninguna beca. La Seattle Central Community College ni siquiera sabe que
existes. Es por otra cosa por lo que debes ir allí.
Me quedé muda.
Ya estoy imaginandome por que SAdie va a seatle!!!! O mejor dicho, por quien.
ResponderEliminarPero no diré nada. Esperaré a ver si tengo o no razón. Un beso. En cuanto pueda me leo el cap. 3!
Jajajaja probablemente estés en lo cierto. Pero yo tampoco diré nada. Espero que te guste el siguiente capítulo ^^
ResponderEliminarBesitos, guapa! ♥