Los pájaros no cantaban, hacía frío, el cielo
era gris y yo había tenido una noche horrible. Mis migrañas nunca desaparecerían,
cosas de la vida. Me froté los ojos bostezando y miré a mi alrededor. Papel de
pared algo desgastado, muebles de los 70 y una vieja foto de ella. Hacía diez
años que estaba aquí. Me quedé huérfana a los 7 años. A ella le gustaba fumar.
Le costó caro. Se llamaba Scarlett Carroll. Según las fotos y mis lejanos
recuerdos, era una mujer muy guapa. Rubia, siempre con los labios pintados de
carmín, elegante. Sobre mi padre… tenía poca información. Sabía que se llamaba
Luke Maxwell y que era marine americano. También tenía una foto que guardó mi
madre en secreto hasta el día de su muerte. La encontró mi tía Hortence de
casualidad cuando limpiábamos la casa. La tiró a la papelera murmurando. En
cuanto salió de la habitación, la rescaté y la metí debajo de mi almohada. Siempre
ha estado allí. No sé por qué, pero me inspiraba confianza, tenía una sonrisa
sincera. Aunque siempre he sabido que nos abandonó. Cuando se enteró de que mi
madre estaba embarazada, se volvió a Estados Unidos en un buque de la Marina.
Mi madre me contó que lo destinaron a una misión en la RSS de Ucrania y murió allí. Yo la creí
fervientemente. ¿Por qué habría de desconfiar de ella? Al fin y al cabo se
encargó de mí enfrentándose a toda su familia, no me dio en adopción. La
quería. Mucho. Tabaco, maldito tabaco.
Lo cierto es que aún me quedaba familia. Mi
tía Hortence y el viejo Gill. Nunca me soportaron, era una bastarda; sí, así me
llamaban, era una bastarda inútil que me dedicaba a chuparles la sangre por
culpa de mi madre, la golfa. Ahora me habrían resbalado sus palabras, a los 8
años no te lo tomas tan a la ligera. Lo pasé de pena; todas las noches lloraba
en la cama. El primer año no fue tan malo, únicamente me ignoraban. Pero fue a
peor, así que me internaron en Strawberry Field y se olvidaron del tema. Hace
casi 10 años que no sé nada de ellos. Ni ganas.
Levanté la vista. Una grieta recorría el techo
en diagonal. No era profunda. Larga como mi estancia en el internado.
Superficial como mi vida social. Sólo he tenido una amiga en toda mi vida: Honey
Applewhite, una hippy medio loca amante de los Beatles y de Janis Joplin que
vestía de manera bastante extravagante y pintaba en las paredes. Era muy
creativa, pintaba cualquier detalle que le impactaba: desde un mosquito
zumbándole en la oreja hasta el mismo Big Ben. Aunque eso de utilizar como
lienzo la propia pared le traía ciertos problemas. Yo, en cierto modo, me
parecía a ella. Siempre llevaba mi cámara Leica M3 conmigo y fotografiaba cada
instante de mi vida. Era de mi abuelo materno, Clint Carroll, que la compró en
Nueva York en 1954. Me sorprendía que aún funcionase. Hacía fotografías en
color, pero con cierto halo de nostalgia. Jamás salía sin ella en el bolso.
La cogí. Había visto algo que no estaba cuando
me acosté. Honey había hecho de las suyas. Al lado del tocador había dibujado
con carmín el rostro de un chico. A la derecha, una frase: Piece of my heart, una canción de Joplin. La verdad, no tenía ni
idea de quién era ese chico, pero ya tenía preparada mi cámara para retratarlo.
Sonreí mientras miraba por el visor y enfocaba. Apreté el disparador, algo
crujió y me sobresalté. La cámara se zarandeó.
-¿Qué haces, tía? –preguntó Honey desde su
cama alborotándose el pelo. Me volví frunciendo el ceño.
-¿Qué ha sido ese ruido?
-Los muelles de la cama, pequeña. Que ya tiene
sus trotes –Le encantaba decir cosas raras.
-¡Mierda! Seguro que la foto ha salido
borrosa.
-Va, no te preocupes por ese cacharro. Dame
ropa.
Puse los ojos en blanco. No era raro que me
pidiese que le pasase algún trapito. A ella le daban igual las combinaciones de
colores, los estampados y las texturas; sólo utilizaba la ropa para mantener su
temperatura corporal. Le pasé unos pantalones vaqueros y un jersey de lana de
colores. Ella seguía en la cama bostezando.
-Bien, bien, Sadie, ¿a que no sabes quién es?
–preguntó con una media sonrisa impresa en la cara señalando hacia la pared.
-Pues, la verdad…
-Oh, tía. ¿Me tomas el pelo? ¿Tan mal dibujo
que no reconoces al mismo Gaël Bouvier?
Entorné los ojos mirando fijamente el rostro
de aquel tipo. Efectivamente, se trataba de él. El chico más bohemio del
internado. Un francés que tocaba la guitarra como nadie.
-¿Y eso tan cursi?
Honey asomó la cabeza por el cuello del
jersey.
-¿Cómo dices…?
-Piece of my heart. ¡Normalmente
sueles ir más al grano!
-¡Oh, cállate!
Me tiró la almohada. Casi me caí de culo.
Alguien tocó a la puerta.
-Abre la puerta, palomita –me pidió abrochándose
los pantalones.
Golpeé el pomo con desgana y tiré la puerta
hacia mí. La vigilante de nuestro pasillo entró como una exhalación. De nuevo,
estuve a punto de caerme.
-¡Angie! –grité intentando mantener el
equilibrio.
-¡Buenos días! –exclamó a toda prisa. Abrió
las cortinas de una sacudida. La luz me golpeó las retinas con brutalidad y me
cegó durante unos instantes.
-¡Ay! –Volví a gritar; las mañanas en
Strawberry Field solían ser mucho más tranquilas. Honey salió del pequeño baño
–simplemente una taza de váter y un lavabo; había una ducha comunitaria en cada
pasillo- con el ceño fruncido y el cepillo de dientes en la mano.
-¡Eh, tía! ¿Qué te ha dado? –dijo no sin
cierta dificultad.
-¡Tengo una noticia maravillosa, Sadie!
–exclamó con una sonrisa radiante sin dejar de mirarme.
me gstra muchiiisiimo!! y te sigo :) http://elfisicoseducelapersonalidadenamora.blogspot.com/
ResponderEliminarescribes super bien^^
Hola, me gusto tu historia, escribes super bien. He estado leyendo varios relatos y me sorprendo con las maravillas que encuentro! Gracias por pasarte por mi blog y dejame decirte que tu sinopsis capturo mi atención de inmediato, y voy a seguir la historia de Sadie! Un beso.
ResponderEliminarMuchísimas gracias! :D Un besazo! ♥
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